Es horrible temer el sitio que una vez amaste. Ver una esquina que antes conocías perfectamente y tener miedo de su sombra.

Se me han olvidado tus ojos. No recuerdo de qué color eran. Tampoco me acuerdo de qué mano me agarrabas, en qué momento empezó lo que tan de pronto terminamos. Ya no recuerdo el tacto de tus manos al acariciarme, ni me acuerdo de cómo me abrazabas, del sonido de tu risa y de las ganas que me inundaban cada vez que ibas a por mí a la estación. Se me ha olvidado cómo pronunciabas los te quiero, cómo me hacías cosquillas y cómo me gustaba respirar el aire que corría por tu pelo. No me acuerdo de mis esfuerzos por quedarme a tu lado. Mis recuerdos se pierden entre el tiempo condicional del que fue nuestro verbo. Se han borrado de mi memoria las palabras que me silenciaste, todo aquello que destruyó mi conciencia. Por no acordarme, no me acuerdo de si me quisiste. Quisiera saber si la memoria se pierde para siempre, o si realmente, cuando pienso en vos, hay algo que queda latente. El amor inmenso y mis ganas de tenerte conmigo, por ejemplo.