
Contaba irreprochable, como si no fuese una historia suya, sino de alguna margarita disecada en su cama, debajo de su colchón, el pánico que había vivido, así no de la misma forma su explicación. Se evadía y buscaba correr por mis piernas, agudizando el paso hasta convertirlo en tortura, no hacia mi cuerpo, sino un dolor intrínseco sobre mis ojos. Me repitió que fue Man Ray el que alguna vez dijo: " La búsqueda de la libertad y el placer; eso ocupa todo mi arte". Y su arte, su arte no era más que devorar mi cerebro para convertirlo en una poesía tétrica y golosa de suerte, suerte ajena. Después de 9 minutos y 43 segundos comprendí que su forma de pensar era casi como la mía, que era una soñadora de paredes blandas, de pasadizos y agujeros negros, no tan espaciales como cuando me tocaba el pelo y giraba a mi alrededor. Así, hizo que creyese, aún, que el pánico era una institución, que el amor se le parecía, y que iba a compañarme ésa tarde y las que faltasen para volver a sonreír.













