Su culpabilidad. Su nazismo hecho suerte. El conformismo los quema, como me quiso quemar a mí en oportunidades dinámicas y púberes, amenzando con adjudicarme una rutina necia y sin sentido alguno.Me acostumbré a ser ofendida, a repasar las lecciones una semana antes, a vivir con trenzas mal hechas, a no estar segura de si me quería enamorar. No es fácil para las personas darse cuenta de qué es la rutina y como las atrapa. Las personas corren, compran, pierden las billeteras y van a cacerolazos. pero no se entienden, como yo no me entiendo. No es fácil tener un molde, mucho menos cuando tu vida es un clásico tiro al aire, y está "bien" así, el entorno aprendió por vos. La realidad, mi realidad, es que no me se dar por vencida. Soy una burra y me gusta intentarlo todo, porque sino no estoy satisfecha. Quizás si un Nafta Super me ayuda, la satisfacción me sea más ligera. Soy una adaptada a medias, y lo que funciona de mí, esa parte inherte que sigue latiendo y respirando puede aclararlo fácilmente. A veces me olvido que tengo personas, cuerpos, muebles y biromes alrededor mío, que todo es un ciclo de interacción y que tengo que hacer algo con eso. Que me tiene que importar que la gente hable y desmienta, que llore, que se moje cuando llueve; me tiene que asombrar que la Luna me siga y aprender que quizás si me sigue, que quiere saber que soy, si soy real. Nunca me senti avergonzada de estar viva, pero sentí vergüenza de las personas. Ajena, extraterrestre, demencial. Haberles sacado sus miedos, o mirarlas pasar, doblar la esquina, aniquilando tarjetas de crédito y tomando té a las seis. Nunca quise que todo se parara, nunca, salvo cuando veo a esas personas decidir por mí. A esos caminates a veces los miro fijo, como si de esa forma me pudieran responder por que no me siento atraída hacia algo concreto. Ni ellos saben que las tostadas light son cartón con queso untable. No saben nada, se enajenan solos. Admiro eso de la gente, y más me admiro al ver las pelotudeces circundantes que me hacen pensar.