2 minutos 18 segundos. Me recogí el pelo y me senté en el borde de la cama. La ventana a la que daba esa habitación no era más que una salida al microcosmos, y sin ánimo de abrirla, decidí observarla. Me preguntaba cómo era posible que empezara a mojarse si hacía tanto calor, cómo trozos de sábana sólidos, al contacto con otro sólido como el vidrio empañado, se convirtieran en agua fría, helada, y cómo, si escurría la sábana, diminutas gotas bajaban hasta mi mano. Era casi ridícula toda aquella escena, debía ser aburrido estar del otro lado de las paredes que formaban mi cuerpo, debía ser absurdo mi carácter de sorpresa ante tal pictograma.